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La legitimidad de la Historia

Por Federico Schiller


Federico Schiller 1759-1805

El privilegio del que disfrutamos al reunirnos aquí en este momento, con el grado de cultural nacional que tenemos actualmente, con nuestro idioma, costumbres, beneficios políticos y libertad de conciencia actuales, es quizás el resultado de todos los acontecimientos previos en la historia del mundo; en todo caso, la historia universal tendría que considerarse como la responsable por esta circunstancia única.

Para que nos pudiéramos reunir aquí como cristianos, esta religión, cuyo advenimiento tuvo que ser preparado por innumerables revoluciones, tuvo que emanar del judaísmo; tuvo que encontrar al Imperio Romano precisamente como se encontró; lo cual permitiría al Cristianismo extender su carrera victoriosa por el mundo, y finalmente ascender al trono de los Césares. Nuestros toscos ancestros en los bosques de Turingia tuvieron que sucumbir al poder de los francos, quienes impusieron su fe sobre aquellos. Por sus riquezas crecientes, por la ignorancia del pueblo y la debilidad de sus gobernantes, se tuvo que favorecer al clero en sus intentos de abusar de su autoridad, y convertir su poder silencioso sobre las conciencias en una espada política. A través de Gregorio e Inocencio la jerarquía pontificia tuvo que vaciar todos sus horrores sobre la raza humana, para que un intrépido monje agustino fuese inducido, por la depravación generalizada y el penoso escándalo del despotismo espiritual, a elevar el estandarte de la revolución y arrebatar media Europa de las garras del Papa.  

Si hubiésemos de reunirnos aquí como cristianos protestantes, las armas de nuestros príncipes tendrían que obligar a Carlos V a firmar una paz entre religiones; un Gustavo Adolfo tendría que vengar la ruptura de este pacto, el cual se tuvo que consolidar de nuevo después de siglos con otra paz. Las ciudades tendrían que levantarse en Italia y Alemania, tendrían que abrir sus puertas a la industria, romper las cadenas de la servidumbre, arrebatar el poder judicial de las manos de tiranos ignorantes y hacerse respetar por una clase de comerciantes beligerante.  

Para que la industria y el comercio florecieran, para que la abundancia invitara a las artes de la paz y el placer, para que el Estado honrara al agricultor útil, y para sentar las bases de la felicidad permanente del mundo con la creación de la clase media benefactora,  el autor de nuestra civilización, el emperador alemán, tuvo que ser debilitado por incesantes luchas con los Papas, con sus propios vasallos y con vecinos celosos. Europa tuvo que enterrar su peligroso exceso de población en las tumbas de Asia, y la insolencia rebelde de la nobleza feudal tenía que ser aniquilada con los conflictos sangrientos de la ley del garrote, con las expediciones al santo sepulcro y a Roma, para despejar la confusión caótica y que las fuerzas políticas contendientes descansaran en el equilibrio dichoso del cual nuestro sosiego presente constituye la recompensa. Si nuestras mentes hubieron de ser liberadas de la ignorancia en la cual habían estado cautivas por el despotismo espiritual y político, la semilla de la erudición, que estuvo reprimida por muchos años, debía una vez más salir adelante en contra de sus más furiosos rivales, y un Al Mamun tenía que restaurar en la ciencia aquella pérdida que Omar había inflingido sobre ella. La miseria atroz de la barbaridad tuvo que llevar a nuestros ancestros desde los sangrientos juicios de Dios a los tribunales humanos; las epidemias devastadoras tuvieron que conducir el desorientado arte de la curación, de nuevo a la contemplación de las leyes naturales; la ociosidad monástica tuvo que preparar en la lejanía una compensación a sus efectos nocivos y la industria profana de los claustros tuvo que preservar los restos dispersos de la era Agustina hasta que el arte de la imprenta reluciera ante el mundo.  

Inspirado por modelos griegos y romanos, el espíritu corrupto de los bárbaros del norte tuvo que ascender otra vez a esferas más altas y puras, y la erudición, tuvo que convenir una alianza con las musas y las gracias, si es que iba a encontrar el camino hacia el corazón del hombre y merecer el nombre de civilizadora de la raza humana. ¿Habría Grecia dado a luz un Tucídides, un Platón, un Aristóteles? ¿Habría producido Roma un Horacio, un Cicerón, un Virgilio, un Livio, si estos dos Estados no hubieran alcanzado la altura de poder político a la que realmente ascendieron? En una palabra, ¿si no hubiera sucedido previamente toda su historia? ¿Cuántos inventos, descubrimientos,  revoluciones eclesiásticas y políticas tuvieron que coincidir para garantizar la diseminación de estas nuevas y delicadas semillas de la ciencia y del arte? Cuántas guerras se tuvieron que librar, cuántas alianzas pactadas, rotas y formadas de nuevo, para que el principio de la paz pudiera llegar a ser la principal máxima política de Europa, el cual por sí mismo permite a los ciudadanos y Estados por igual proteger sus mejores intereses y reunir energías para cumplir fines nobles.  

Incluso en aspectos de nuestra vida diaria no podemos evitar convertirnos en deudores de siglos pasados. Encontramos que los períodos más desiguales en la vida de la humanidad contribuyen a nuestra cultura, al igual que los continentes más distantes contribuyen a nuestro refinamiento. Las ropas con las que vestimos, las especias con las que condimentamos nuestra comida, y el oro con el que pagamos por ella; una cantidad de nuestro agentes curativos más activos, los cuales quizás puedan del mismo modo ser usados como numerosos medios de destrucción, ¿No nos recuerdan a Cristóbal Colón que descubrió América o a Vasco de Gama que navegó alrededor del Sur del continente Africano?  

Vemos una larga cadena de eventos que pueden ser trazados desde el momento presente hasta los mismos comienzos de la raza humana, y que parecen relacionarse los unos con los otros como causa y efecto. Solo el espíritu infinito lo puede abarcar de manera total y completamente; el hombre se mueve entre límites más estrechos.  

I. Muchos de estos acontecimientos no han ocurrido en presencia de testigos ni han sido recogidos por signos permanentes. Entre estos eventos tenemos que incluir todos aquellos que ocurrieron previamente a la existencia de la raza humana o a la invención de los signos. La fuente de toda la historia es la tradición y el órgano de la tradición es el habla. Toda la época precedente al uso del habla, no importa lo fecunda que pueda haber sido para el mundo, está perdida para la historia universal.  

II. Incluso después de que se hubo descubierto el habla y llegó a ser posible expresar y comunicar a otros lo que ya había tenido lugar, aún así, estas comunicaciones eran recogidas en estos comienzos mediante los inciertos y cambiantes canales de la tradición. Estos acontecimientos se perpetuaron de boca en boca a través de una larga línea de generaciones, un sistema de registro de acontecimientos que necesariamente participaba en los cambios que afectaban a los agentes transmisores. La tradición oral constituye un canal sumamente incierto de los acontecimientos históricos; de ahí que aquello que ocurriera previamente a la introducción del signo escrito está, por así decir, perdido para la historia universal. 

III. Los documentos escritos no son imperecederos. Monumentos innumerables de la antigüedad han sido destruidos a través de los años o por accidentes. Solo unos pocos remanentes han sido preservados hasta el período en el que se inventó el arte de la imprenta. La mayoría han desaparecido y con ellos hemos perdido la luz que habrían proporcionado sobre los acontecimientos históricos.  

IV. La mayoría de los registros que fueron preservados han sido desfigurados y hechos ininteligibles ya sea por las pasiones, o por una comprensión imperfecta o incluso debido al genio de sus expositores. Incluso el más antiguo de los registros históricos excita nuestra sospecha, aunque una crónica moderna tampoco transmite certeza a la mente. Si un evento que tuvo lugar este mismo día, entre gentes con las cuales vivimos, es relatado de maneras tan diferentes que encontramos difícil extraer la verdad entre tantas declaraciones contradictorias, ¿cómo podemos esperar tener un conocimiento correcto sobre naciones y otros tiempos que se encuentran mucho más separados de nosotros por la extrañeza de sus costumbres que por el paso de los años? La pequeña suma de acontecimientos que permanecen después de hacer hecho todas estas deducciones mencionadas anteriormente, constituye la materia de la historia en su aceptación más amplia. ¿Qué y cuánto de esto pertenece a la historia universal? 

El método de la Historia Universal  

Entre estos acontecimientos el historiador general distingue aquellos que han tenido una influencia esencial, incontrovertible y fácilmente perceptible sobre la constitución actual del mundo, y sobre las condiciones de las generaciones vivientes. Para que podamos reunir material útil para la historia universal, tenemos que considerar la relación entre el hecho histórico y el orden presente de las cosas. La historia universal inicia desde un comienzo que es el opuesto exacto del comienzo del mundo. De hecho, los acontecimientos descienden desde el comienzo de las cosas hasta los acontecimientos más recientes; el historiador en general comienza desde los cambios más recientes en la sociedad, recorriendo hacia atrás los acontecimientos hasta los primeros comienzos de la historia. Si él asciende mentalmente desde el año y siglo actual, hacia los anteriores, notando entre los acontecimientos de estos últimos periodos aquellos que arrojan luz sobre los eventos de los periodos siguientes; Si continúa este curso paso a paso hasta el principio, no del mundo, pues no existe guía que nos lleve tan lejos, sino de los registros históricos: quizás volviendo por el mismo camino y guiado por los hechos que observó, descienda fácilmente y sin impedimento desde el comienzo de los registros monumentales hasta el período más reciente. Esta es la historia universal que poseemos y es eso lo que os será expuesto.  

Dado que la historia universal depende de la abundancia o de la escasez de fuentes, tendrán que existir tantas lagunas en ella como vacíos en la serie de tradiciones. Sin importar lo uniformes, necesarios y precisos que se sucedan los cambios políticos y sociales como causas y efectos, no obstante, la cadena de acontecimientos históricamente se hallará interrumpida y unida de modo arbitrario o accidental. Entre la trayectoria del mundo y la trayectoria de la historia universal existe un riguroso desacuerdo. El curso del mundo podría ser comparado con una corriente continua de la cual se muestran unas pocas ondas en el espejo de la historia universal.  

En la medida en que el nexo entre un acontecimiento distante y los sucesos del año actual pueda manifestarse vivamente antes de que se vea su nexo con acontecimientos previos o contemporáneos, sigue inevitablemente que acontecimientos que se encuentran íntimamente conectados con las épocas más recientes, aparecerán a veces aislados con respecto a la época a la que pertenecen propiamente hablando.  

El origen del Cristianismo y especialmente de la ética cristiana es un acontecimiento de este tipo. El Cristianismo está tan profundamente interesado por la situación actual del mundo, que ningún hecho en la historia universal reclama una porción tan grande de nuestra consideración como el origen de esta institución; pero este origen no puede ser explicado satisfactoriamente ni por el tiempo ni por las personas entre las que tuvo lugar. La información para tal explicación es insuficiente.  

Con todos estos defectos ante nosotros, la historia universal tan solo permanecería como un agregado de fragmentos y nunca podría dignificarse con el nombre de ciencia. Aquí es donde la razón filosófica suple estas deficiencias. Uniendo estos fragmentos a través de conexiones artificiales, se sistematiza el agregado de hechos y se transforma en una totalidad racional y coherente. La autoridad para este acto se deriva de la uniformidad y la unidad inmutable de las leyes de la naturaleza y de la mente humana, en consecuencia de cuya unidad los acontecimientos de la más remota antigüedad repercuten en nuestro tiempo si circunstancias similares actúan como causas determinantes; de este modo somos capaces de obtener luz y extraer inferencias de los más recientes acontecimientos ocurridos dentro del campo de nuestra propia observación en relación a aquellos que ocurrieron en épocas primitivas. En la historia, como en otros campos de la ciencia, el método de razonamiento por analogía es un poderoso asistente; pero se debe justificar con un objeto apropiado y ser utilizado con juicio y cuidado. 

Apenas haya comenzado a trabajar sobre el material histórico universal, el observador filosófico nota que un nuevo impulso que comienza a activarse en su mente le conduce irresistiblemente a trazar los acontecimientos conforme a una ley general de desarrollo y a determinar la idea desde la que estos surgen, como su principio generador. Cuanto más frecuente y exitosamente renueve su intento de unir el pasado con el presente, tanto más estará inclinado a unir la relación de los medios con los fines, lo que ya se había manifestado en su mente como causa y efecto. Un fenómeno tras otro deja de situarse frente a él como el producto de la ciega casualidad, de una anarquía sin ley, y se convierte en un elemento armónico de una totalidad concordante, de la cual, es verdad, él solo posee una percepción intelectual. Muy pronto encuentra difícil persuadirse de que esta sucesión de fenómenos que en su mente, parece plena de regularidad y motivo, no posee esas cualidades en la realidad; encuentra que es difícil renunciar bajo el gobierno ciego de la necesidad, a algo que bajo la luz prestada del entendimiento había comenzado a asumir una forma tan luminosa. Conforme a su propia razón, transfiere esta armonía al orden de las cosas; en otras palabras, organiza la causa de las cosas conforme a un fin racional e introduce un principio teleológico a la historia universal. En compañía de este principio pasea de nuevo a través de los laberintos de la historia, examinando en su espejo cada fenómeno que se presenta a su mente en este gran escenario. Ve el mismo fenómeno confirmado por miles de hechos, y refutado por muchos más; pero en tanto que conexiones importantes se mantengan desconocidas en la serie de cambios históricos; en tanto que el destino mantenga alejada la explicación última de tantos acontecimientos, él declara la cuestión indecisa, y la victoria será concedida a la opinión que ofrezca más satisfacción al entendimiento y un mayor grado de felicidad al corazón. 

Apenas necesito expresar que la historia universal escrita en este espíritu solo puede ser obtenida en los periodos últimos de la existencia del mundo. Una aplicación prematura de esta gran medida quizás pueda tentar al historiador a violentar los acontecimientos, y al intentar acelerar esta época feliz para la historia universal, alejarla más y más. Aunque no podamos dirigir nuestra atención demasiado pronto a este luminoso, aunque aún muy descuidado aspecto de la historia, mediante el cual esta se conecta con los temas más elevados de los esfuerzos humanos; incluso la contemplación silenciosa de ello, aún tan solo presentándose como un final posible, debe ser un estimulante incentivo y una dulce recompensa a la diligencia del investigador. Asignará importancia al más leve esfuerzo, si se encuentra en el camino o conduce a sus sucesores él, a través del cual quizás se alcance la solución a los problemas del mundo, y en el cual la Mente Suprema, en el bello orden de su gobierno, quizás sea encontrada. 

El ciudadano inmortal de todas las edades y naciones  

Tratado de esta manera, el estudio de la historia universal te permitirá una ocupación tan atractiva como útil. Encenderá una luz en tu entendimiento y un beneficioso entusiasmo en tu corazón. Te elevará sobre todos los mezquinos puntos de vista de la moralidad común, y desplegando ante tu mirada el gran retrato de los tiempos y las naciones, rectificará las decisiones prematuras del momento y las estrechas decisiones del egoísmo. Al acostumbrar al hombre a identificarse con el pasado y acoger al futuro distante en sus conclusiones, los puntos extremos del nacimiento y de la muerte, que confinan la vida del hombre en sus estrechos y oprimentes límites, desaparecen, y como en una ilusión óptica, su corta existencia se expande en un espacio infinito en el que el individuo se fusiona imperceptiblemente con la especie.    

El hombre cambia y abandona el escenario; sus opiniones pasan y cambian con él. Solo la historia permanece sobre el escenario, como los ciudadanos inmortales de todas las naciones y tiempos. Al igual que el Zeus de Homero, ella considera con una misma y satisfecha mirada tanto los sangrientos esfuerzos de la guerra como a las tribus pacíficas que derivan su inocente sustento de la leche de su ganado. Independientemente de lo anárquica que parezca la libertad del hombre al actuar sobre su transcurso, la historia observa calmadamente este movimiento caótico; su amplia mirada contempla en el futuro distante la ley mediante el cual este caos anárquico es inclinado hacia un sistema de orden superior. Lo que ella esconde a la consciencia rebelde de un Gregorio, o de un Cromwell, se apresura a revelar a la humanidad: “que aunque un hombre egoísta quizás busque metas mediocres, inconscientemente promueve las de orden superior”.

Ningún falso destello puede deslumbrarla, ningún prejuicio puede arrastrarla, puesto que es testigo del destino último de las cosas. Todo aquello que cesa, ha sido para ella de duración igualmente; ella preserva la frescura de la merecida corona de olivo y rompe el obelisco erigido por la vanidad. Al mostrar la obra de los delicados mecanismos por los que la silenciosa mano de la naturaleza ha desarrollado los poderes del hombre desde el comienzo del mundo, de acuerdo con un diseño inmutable y señalando las evoluciones progresivas de este gran diseño en cualquier edad, reestablece la verdadera medida de felicidad y mérito que la ilusión gobernante falsifica de maneras diferentes en cada siglo. Ella nos cura de la extravagante admiración de la antigüedad y de la infantil nostalgia del pasado, y al resaltar nuestros logros nos previene de desear de nuevo la era de Alejandro o de Augusto.

Todas las épocas precedentes han trabajado inconsciente y accidentalmente para preparar el advenimiento de nuestro siglo humano. Nuestros son los tesoros que la industria y el genio, la razón y la experiencia, han conquistado en el extenso mundo de la existencia. La historia nos enseña el valor de esos bienes que la costumbre y la posesión incuestionable tienden fácilmente a robarse nuestra gratitud; bienes preciados, manchados con la sangre de los más nobles de nuestra raza y conquistados mediante el trabajo duro de generaciones.  

¿Quién de entre vosotros, en quien están aliados una mente clara y un corazón sensible,  podría pensar en esta obligación de gratitud sin experimentar un deseo silencioso de descargar sobre la generación venidera la deuda que el pasado ya no puede recibir? Un deseo noble debe de encenderse en nuestros corazones para contribuir con nuestros medios al vasto legado de verdad, moralidad y libertad que nos han legado nuestros ancestros y que nosotros tenemos que dejar de nuevo a nuestros sucesores; y vincular nuestra breve existencia con los eslabones imperecederos que nos conectan a través de todas las generaciones de la humanidad. Cualquiera que sea el destino que os espera en la sociedad humana, ¡todos podéis contribuir en algo a ese legado! Por cada mérito, el camino a la inmortalidad queda abierto, a esa verdadera inmortalidad donde la obra vive y es perpetuada en la generación futura, ¡aunque el nombre de su autor deba de permanecer sepultado en la urna del tiempo! 

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"La Legitimidad  de la Historia", traducción de “The Lawfulness of History”, es un  extracto de la disertación escrita por Federico Schiller, titulada, "Qué es, y con qué fin estudiamos Historia Universal", la cual fue una clase que dio Schiller en mayo de 1789. 

“The Lawfulness of History” fue traducido al inglés del original en alemán de Federico Schiller: http://www.schillerinstitute.org/transl/Schiller_essays/lawfulness_history.html

La disertación completa en inglés puede leerla en:
http://schillerinstitute.org/transl/Schiller_essays/universal_history.pdf

El original en alemán puede leerlo en: http://www.schiller-institut.de/seiten/friedrichschiller/schill.htm